jueves, 12 de marzo de 2020

UNA PEQUEÑA HISTORIA- LA COSECHA.


Hace tiempo que no paso por aquí y no tengo más excusa que el acúmulo de trabajo diario. Tenía muchísimas ganas de ir poniendo todo lo que pasa por esta cabecita loca que tengo y he ido apilando en un rinconcito del ordenador, poco a poco iré desgranando.
Estoy sumergida en un nuevo proyecto, que me saca la sonrisa y que en ocasiones me trae de cabeza, pero mi instinto pisciano me dice que siga y hacia ello voy. El borrador ya está enviado, ahora pendiente del informe de lectura para ver hasta dónde se puede exprimir. 😊
Bueno, que no me quiero enrollar mucho. Hoy os he traído un pequeño relato  que escribí hace unos meses, de esos que me gustan a mí, con un mensaje oculto del que quizás se pueda aprender algo. Como siempre, al volver a releerlo he retocado cosas, espero que os guste.
A ti, gracias por leerme. Feliz lectura.

LA COSECHA
                                                                                                                                         Patry Casado
  
En el día más frio de aquel invierno, decidió que era hora de arreglar el granero. El viento golpeaba el cristal sin piedad, una y otra vez, mientras el sonido del aire se colaba por toda la estancia. A través de los agujeros del tejado, las gotitas de lluvia iban cayendo en un ritmo cada vez más acelerado, para terminar dentro de los bidones que Martín había colocado en el suelo.
            Sacó los tablones del cobertizo y los estuvo serrando para reparar todas las grietas que tenía a la vista. Protegió bien las ventanas y se ocupó de barrer  todo el suelo. Había recogido tres cubos de agua de lluvia que servirían perfectamente para abastecer a sus animales hasta la mañana siguiente.
En su mente tenía un pensamiento que le rumiaba sin parar noche y día. No llegaba a entender cómo dedicando tantas horas a sacar aquel trabajo adelante, la vida se empeñaba en ponerle una piedra tras otra. A diario maldecía su suerte. Este año había sido especialmente duro. Recogió menos de lo esperado en la cosecha y ahora, tocaba malvivir con lo justo. Sabía que debía cuidar bien lo poco que le quedaba en aquel granero, pues, era lo único que permitiría poner comida en su plato a diario.
Tenía cuatro animales grandes dentro del granero a los que les gustaba dormir junto al heno, alejados de la fría puerta de la entrada. Los pequeños, estaban separados por jaulas. A veces Martín solía quedarse más tiempo de lo necesario junto a ellos, no quería entrar en casa. Se negaba a creer que en otra época lo había tenido todo; una granja envidiable, las verduras más grandes del valle y un campo fértil. Sus preciados animales parecían ser los únicos que le escuchaban realmente, o al menos, eso le reconfortaba pensar.
Su mujer Ana le hacía sentir culpable, no por lo que decía, sino por lo que callaba. Cada vez que le devolvía la mirada, podía sentir la indiferencia en el rostro de una mujer, que tiempo atrás lo había sido todo para él, todo. En su casa no había gritos, ni discusiones, prácticamente ya casi no se hablaba de nada en particular. Solamente les unía un viejo y destartalado hogar, pero al fin y al cabo, se habían convertido en dos desconocidos que vivían bajo un mismo techo.
Estaba anocheciendo. Cuando terminó de apilar el heno, separó a los animales, cepilló a su caballo y fue a poner agua a los conejos. Entonces vio para su asombro que Doti, su coneja más vieja, estaba patas arriba. Una mezcla de ira e impotencia le recorrió su cuerpo; -“¡joder!”-exclamó, mientras intentó darle la vuelta con cuidado. Pero ya era tarde, Doti se había ido. Los demás compañeros de jaula miraban ajenos la situación, seguían haciendo sus cosas de conejos. Fue a buscar una bolsa de basura para sacarla lo antes posible, pues tenía miedo que si había enfermado, contagiase al resto. Sacudió aquel plástico con toda la rabia que pudo y metió en ella el cuerpecito sin vida de lo que, hasta ese momento, no solo había sido una fuente de ingreso. Sintió que ese día ya no podía ir a peor. Pero cuál fue su sorpresa, cuando al limpiar bien la jaula, encontró envuelto en un ovillo de pelo, lo que parecía ser un animal diminuto. Estaba recubierto con restos de fluidos, y emitía leves sonidos, pero ¡sí!, era un conejo ¡y estaba vivo! En ese momento lo agarró entre sus manos y mirándolo con ternura  pensó que no sabía muy bien cómo iba a cuidarlo, pero al menos, lo intentaría.
Llegó a casa. Su mujer estaba a punto de acostarse.
-Tienes la cena en la mesa- le informó al pasar junto a él.
-Gracias Ana- dijo casi en un susurro.
-¿Qué es eso que traes? ¿Otro gato?
-No es ningún gato- le dijo interrumpiéndola. Doti ha fallecido y este pequeño estaba bajo ella.
-¿Quién demonios es Doti? -le miró perpleja.
-Nadie… ¡Déjalo! No te preocupes. Vete a dormir.
Y sin querer iniciar una conversación banal, Ana se alejó murmurando algo para sí.
Martín volvió a sentir esa punzada en su pecho, como le ocurría casi a diario, cada vez que sus miradas se cruzaban. Le causaba una gran pena no poder compartir su amor por los animales con su esposa, pero no tenía tiempo ahora para lamentaciones. Lo más importante era acomodar al nuevo huésped que se había presentado sin avisar. Buscó algo de leche que había recogido esa misma mañana y se hizo con un par de trapos mullidos que encontró en un cajón. Se acordó que tenía un cuentagotas sin estrenar en el armarito del cuarto de baño, y con mucha paciencia fue dando de comer al pequeñín. Permaneció ahí sentado, en la mecedora de madera, junto a las pocas brasas que aún lucían dentro de la chimenea. Pasado un rato, el conejito terminó todo el alimento.  
Por un momento, la escena le pareció tremendamente graciosa. Un hombre de su edad, dando el biberón a un animalillo, en mitad de la noche. Entonces automáticamente su mente viajó hacia atrás, e intentó recordar esa misma escena en su pasado, pero sorprendentemente, por muchas vueltas que dio por su memoria, no la encontró. ¿Es posible que jamás le hubiera dado el biberón a ninguno de sus hijos? Estaba seguro de que su mujer no pudo dar pecho a ninguno de ellos, pero creía haber tenido la sensación de que al menos una vez, lo había hecho. Por mucho que lo intentó, las imágenes no venían. En ese momento se sintió miserable, dolido consigo mismo, infeliz…
El pequeño visitante parecía ya dormido. Lo colocó en la jaula bien tapado al lado de la mecedora, mientras levente, le oía respirar. Abrió la lata donde guardaba el tabaco y aplastó un poco en el interior de su pipa. Cerró los ojos y mientras aspiraba lentamente el aroma, se dejó llevar por el silencio.
Él, que se tenía por buen padre, dudaba ahora de ciertas cosas que siempre había dado por seguras. Tenía una relación estupenda con sus hijos, aunque ya no vivían en casa, ni siquiera en la misma provincia, siempre estaban al otro lado del teléfono. Les había enseñado a pescar, a curar heridas, a cuidar de los animales, a trabajar, conducir… ¿y si no había sido suficiente? Entones, en un momento revelador, tomó una decisión. Esta vez, sí que haría bien las cosas. No tenía que demostrar nada a nadie, pues, nadie le había pedido explicaciones. No toleraría más quejas, iba a convertirse en un hombre de acción. Este cambio comenzaría por criar a Nico, que es así como decidió llamar a su pequeño amigo. Sería el único responsable de su nueva mascota y le daría de comer cada día, las veces que fuera necesario. Mantendría limpia su jaula y le acompañaría hasta el día que ya no le necesitase más, igual que a un hijo. La idea se le antojó graciosa y los resultados no tardaron en llegar.
Pasaban los días y Ana le miraba incrédula cada mañana cuando Martín se sentaba en la mecedora con Nico, que cada vez estaba más grande, para darle de comer. Aun así, no le decía nada. Llegó un momento en el que Nico fue creciendo y ya comía solo. Era un precioso conejo sano  que también adoraba mucho a su dueño.
Martín, tenía algo más de tiempo libre y una la sensación de que por fin “estaba haciendo algo útil” le mantenía con ilusión cada día. Su carácter se hizo más agradable y decidió traer flores a casa cada mañana. Las ponía en el centro de la mesa para llevarle a Ana un poco de color y por qué no, quizás sacarle alguna sonrisa. Empezó a pensar en su próxima cosecha y cómo podía mejorar aquella tierra y entonces por primera vez en su vida, decidió pedir ayuda a un vecino. Acabó apuntándose a un curso que se impartía en su ciudad para mejoras en la tierra y eso hizo que, al tener su cabeza ocupada con algo que le producía interés,  los pensamientos negativos de su cabeza poco a poco se fueran yendo. Aprendió mucho durante todo el invierno, cosas nuevas del campo, retomó su amor por la buena lectura, incluso mejoró la relación con su esposa. Descubrió que aunque ambos habían estado ausentes durante mucho tiempo, quizás aún no estaba todo perdido.
Para cuando quiso darse cuenta, Nico, estaba preparado ya para mudarse al granero, con los suyos. Sentía una mezcla de pena y orgullo, pero había conseguido más cosas que criar a un conejo durante este tiempo de acción que había experimentado. La cosecha de ese año fue magnífica; sembró volver a retomar las citas con su esposa, regó días de pesca y charla con sus hijos y, recogió los mayores frutos de toda su vida porque su tierra ahora, sí era fértil.
Como siempre hecho con mucho cariño, para gente bonita 💜





EJERCICIO DIA 19

       Muy buenos días, hoy empezaremos pasito a pasito a crear nuestra propia magia por medio de nuestra gratitud. El ejercicio de hoy es b...